Después del mal llamado «proceso de paz», hay algunos ingenuos y otros oportunistas que proclaman con bastante imprudencia que no se va a volver a negociar con ETA. Y en parte tienen razón: nunca volveremos a saber que se esté llevando acabo un proceso de negociación con ETA. Es de tan sentido común, que no se puede obviar nuestra historia más reciente para poder llegar a la conclusión de que ni con este Gobierno ni con ningún otro veremos anuncios de negociación con ETA. No tendría sentido cuando la prioridad de los dirigentes políticos es sacar o mantener votos, y negociar es algo que no contribuye de manera especial a obtener una tajada electoral.

Una negociación con ETA puede efectuarse sin hacerse pública (tal y como se llevaron a cabo los contactos PSOE-Batasuna ETA desde el año 2000 hasta que se hicieron públicos en 2006) y sin sufrir ningún tipo de acoso, ¿por qué no recurrir a esa misma estrategia?

El continuo acercamiento de presos de ETA a la comunidad autónoma vasca, la excarcelación, por motivos nada convincentes, de terroristas condenados por asesinatos, la todavía presencia de ANV en las instituciones, el vigente permiso del Parlamento para negociar con ETA, y la marginación, aún hoy, de las víctimas del terrorismo que nos opusimos al proceso de negociación con ETA, son sin duda hechos que generan una persistente desconfianza hacia un Gobierno que ha mentido a toda España.

Esta nueva estrategia es, sin lugar a duda, la estrategia más acertada para los intereses de Zapatero, puesto que estaría muy protegida de las críticas de la oposición, de los medios de comunicación, de la sociedad española, y de la mayoría de las víctimas del terrorismo que nos oponemos a ello. Y para hacer creíble la continuidad del proceso, hay que detener a terroristas, excepto al negociador Josu Ternera y su hijo. Estas detenciones tienen una doble intencionalidad: la primera debilitar la posición de aquellos con quienes negocias, y la segunda, despejarles las dudas a quienes pudieran cuestionar el cambio de rumbo en materia antiterrorista. No es una estrategia desdeñable, ya que por muy siniestra que parezca, más aún lo fue el proceso de rendición con sus mentiras e incluso la supuesta colaboración con ETA, como ilustra el caso del bar Faisán. De hecho ETA, cada vez que negociaba con los gobiernos socialistas, pedía más atentados y más féretros blancos encima de la mesa (asesinato de niños) para, de esa manera, hacer sentir su poder al Ejecutivo durante las negociaciones; la misma fuerza que mostraría el Gobierno con las detenciones. En esta estrategia se chalanean cesiones y gestos de voluntad del Gobierno con estos continuos acercamientos y otras decisiones que estarían fuera de los focos, y todo ello sin que prácticamente nadie diga nada, pues supuestamente no hay negociación.

Si ETA hubiese dado por roto totalmente el proceso de negociación con el PSOE, sin duda alguna utilizaría un arma política incluso más demoledora que los atentados: las actas de la negociación. En éstas aparecerían todas y cada una de las cesiones políticas del Gobierno y despejarían muchas incógnitas, entre ellas las del caso Faisán. ETA no las hace públicas porque dinamitaría el proceso de negociación. Por otro lado, el Gobierno tan sólo tendría que hacer público el final del acuerdo con los terroristas, un acuerdo con hechos consumados y que nos lo venderían como el fin de ETA. Obviamente este sería un final sin vencedores ni vencidos, lo que significaría que la traición a las víctimas del terrorismo y la memoria, dignidad y justicia que durante tantos años hemos reclamado, sería un espejismo.

Finalmente, nos venderán una ETA buena, la que ha negociado políticamente y está totalmente amortizada, y la ETA mala, la que seguirá asesinando.