Excma. Sra. Vicepresidenta del Gobierno de España:
Mi nombre es Rosa Mª Alcaraz Martos, soy victima del terrorismo y espero que tras leer mi carta comprenda por qué me dirijo a usted.

El próximo 11 de diciembre se cumplirá el 25 aniversario del atentado contra la Casa Cuartel de Zaragoza, en el que ETA asesinó a 11 personas, de las cuales 6 eran niños, entre ellos mis dos hijas gemelas, Mirian y Esther, de tan sólo 3 añitos de edad, y mi hermano Ángel de 17 años.

Soy consciente que en aquellos años usted era poco menor que mi hermano Ángel, por ello le quiero resumir el infierno que ETA nos hizo vivir aquella madrugada.
Mi marido es Guardia Civil y residíamos en aquél pequeño piso, puesto que el sueldo de Guardia Civil era tan bajo que no daba para pagar un alquiler y además mantener los gastos que suponían dos bebés. Por mi parte, en los ratos que me dejaban mis pequeñas, cosía bolsas de deporte para ayudar a la economía familiar. Aquel año residía con nosotros mi hermano pequeño, Ángel, que cursaba sus estudios de estilismo en la capital zaragozana. Dada la proximidad de las fiestas navideñas, ya lo teníamos todo planeado para pasar unas navidades inolvidables junto a toda nuestra familia en Jaén.

Pero llegó aquella maldita madrugada en la que ETA decidió poner fin a la vida de muchos inocentes, y por ende, a nuestra felicidad. Eran las seis de la mañana cuando los terroristas Henri y Jean Parot, y Jaques Esnal, buscando el mayor número de muertos, preferentemente féretros blancos -así lo pedía el terrorista Francisco Múgica Garmendia, alias “Pakito”- colocaron junto a nuestra vivienda un coche bomba cargado con 250 kilos de explosivos, los cuales al estallar, hicieron que el bloque de viviendas de cuatro plantas se derrumbara como una baraja de naipes, sepultándonos a todos los que allí residíamos.
No soy capaz de expresar lo que pasó por mi mente en las horas en las que estuvimos mi marido y yo sepultados bajo los escombros, sin saber lo que había sucedido, sin saber cómo estaban mis hijas y mi hermano. Lo que sí creo que comprenderá a la perfección, ya que usted es madre, es lo que sentí cuando en el hospital mi marido me comunicó que mis pequeñas y mi hermano habían sido asesinados. Desde aquél día, hace ya casi 25 años, la única visita que ETA me permitió hacerles a mis hijas y a hermano ha sido al cementerio de Torredonjimeno, donde descansan tres niños inocentes, víctimas de una banda de asesinos que no merecen más generosidad que nuestro desprecio.

El autor intelectual de aquel atentado, es decir, el que ordenó matar a tantos inocentes, fue José Antonio Urruticoechea Bengoechea, alias Josu Ternera, al cual paradójicamente, durante demasiado tiempo, hemos tenido que ver en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco, mientras mi marido seguía jugándose la vida desactivando los explosivos que sus compañeros de ETA colocaban para seguir asesinando.
Este criminal prófugo de la justicia, desde el momento en que fue citado en la Audiencia Nacional por ordenar la matanza de Zaragoza, que pronto hará diez años, sigue sin responder por sus crímenes.

En estos últimos años nuestros abogados han intentado, sin éxito alguno, que la fiscalía de la Audiencia Nacional tomase cartas en el asunto, dado que son muchas las informaciones publicadas que lo dan por localizado e incluso han sido publicadas hasta sus fotografías.

Sra. Vicepresidenta, me dirijo a usted por ser la máxima responsable del CNI y estar en sus manos que estos cuerpos de acreditada profesionalidad, pongan a disposición de la Audiencia Nacional la información del paradero de Josu Ternera, ya que jamás se han desmentido las informaciones que revelan que este individuo está controlado por el CNI, así como las reuniones mantenidas entre varios dirigentes políticos y este asesino.
No apelo a usted sólo en su condición de representante público para hacer llegar mi súplica. Sé que hace poco tiempo usted ha sido madre; es por ello que apelo también a esta condición para que nos ayude a que se haga justicia por el asesinato de mis hijas y de mi hermano. Sólo le ruego que por un momento se ponga en mi lugar y que cuando acueste a su bebé, se acuerde de las caritas de mis niñas. Piense cómo se sentiría si le sucediera lo que me ocurrió a mí, y obre con justicia.

Atentamente.