ALFONSO CORREA MORALES asesinado por los GRAPO en Esplugues de Llobregat el 19 de Febrero de 1.979

RICARDO TEJERO MAGRO asesinado el 19 de febrero de 1985 en Madrid.

MARÍA LUISA SÁNCHEZ ORTEGA asesinada el 19 de febrero de 1987 en Bilbao.

 

JULIA RÍOS RIOZ, asesinada el 19 de febrero de 1992 en Santander

EUTIMIO GÓMEZ GÓMEZ asesinado el 19 de febrero de 1992 en Santander

ANTONIO RICONDO SOMOZA asesinado el 19 de febrero en Santander.

Hacia las 20.00 del 19 de febrero de 1979 dos miembros de los GRAPO dispararon en la cabeza al guardia civil Alfonso Correa Morales cuando estaba a punto de entrar en su coche tras salir de un bar. El agente iba vestido de paisano, lo cual es un indicio de que los GRAPO le tenían vigilado. Alfonso Correa Morales pertenecía a un cuartel de Esplugues y fue atacado cerca de la estación del ferrocarril metropolitano de Pubilla Casas. Murió finalmente en el hospital de Hospitalet de Llobregat.

El 19 de febrero de 1985 la banda terrorista ETA asesinaba en Madrid a RICARDO TEJERO MAGRO, consejero y director general del Banco Central. En torno a las 9:00 horas dos terroristas se hicieron pasar por policías de la Dirección General de Seguridad para entrar en el garaje de su casa, en la calle Ortega y Gasset del madrileño barrio de Salamanca. Allí redujeron al vigilante del inmueble y al chófer de Ricardo, encerrándolos en un cuarto de aseo. Otros dos terroristas aguardaban en el exterior y un quinto se quedó al volante de un coche, preparado para huir. Los etarras esperaron a que el director del banco descendiera desde el portal por la escalera, y en ese momento le dispararon dos tiros en la nuca que le provocaron la muerte en el acto.

Ricardo Tejero Magro, de 58 años, estaba casado con Roser Sala y tenía cinco hijos, dos varones y tres chicas, la menor de 14 años. En el momento de su asesinato era el número dos del Banco Central y el colaborador más próximo a Alfonso Escámez.

El 19 de febrero de 1987 la banda terrorista ETA mata en Bilbao a MARÍA LUISA SÁNCHEZ ORTEGA. Volvía a casa a eso de las diez y media de la noche después de su jornada de trabajo habitual como limpiadora cuando la alcanzó de lleno la explosión de un artefacto de considerable potencia colocado en un concesionario de Renault de Bilbao. María Luisa quedó gravemente herida: sufrió la amputación de ambas piernas, heridas graves en el pubis, fracturas de costillas y graves quemaduras en la cara que afectaban a los globos oculares. Un coche de la asociación de ayuda en carretera Detente y Ayuda (DYA) recogió a la herida y la trasladó al hospital bilbaíno de Basurto, donde, tras ser intervenida quirúrgicamente, falleció pasada la una de madrugada del 19 de febrero.

María Luisa Sánchez Ortega tenía 60 años. Su marido, Antonio Rodríguez, estaba enfermo, y sus dos hijos en el paro. Su trabajo limpiando oficinas era la única fuente de ingresos de la familia. Natural de la localidad vizcaína de Dima, era limpiadora de profesión y trabajaba en la zona donde se produjo el atentado.

El 19 de febrero de 1992 fallecen víctimas de la explosión de un coche-bomba en el barrio obrero de La Albericia de Santander JULIA RÍOS RIOZ, su marido EUTIMIO GÓMEZ GÓMEZ y el estudiante ANTONIO RICONDO SOMOZA.

 

 

Eutimio Gómez Gómez, 43 años, calefactor del Hospital Marqués de Valdecilla, situado cerca de donde tuvo lugar la explosión, y su mujer, Julia Ríos Rioz, de 41 años y panadera de profesión, iban a montarse en su coche cuando les sorprendió la explosión. Ambos fallecieron en el acto. Eutimio era natural de Barrio, del municipio cántabro de Vega de Liébana, y era militante de UGT. Julia era de Gajano, del municipio cántabro de Marina de Cudeyo. Trabajaba en la panadería La Constancia, propiedad de una hermana. Dejaron huérfanos a dos hijos: Silvia, de 18 años, y Jesús, de 16.

Antonio Ricondo Somoza, tenía 28 años y había terminado su carrera de Químicas. Tenía todo preparado para casarse el 27 de junio de ese año con Ana Mirem Castro Ugalde. El día del atentado, viajaba en su vehículo en sentido contrario al de la furgoneta policial. La onda expansiva le causó daños tan graves que se le dio por muerto en el acto, pero después se supo que se encontraba en coma terminal con pérdida de masa encefálica. Su familia autorizó que se le mantuviese artificialmente con vida para poder extraer sus órganos: todos fueron donados a otras personas, menos una córnea que quedó dañada por la metralla